Interiores
Lo habitual, desde un principio, a pesar de los múltiples consejos y del esfuerzo decidido de los viejos maestros, ha sido la carga y la constancia de la ausencia, el equipaje provisional y espontáneo al borde siempre de la desaparición, el jardín de los senderos que se bifurcan equivocados y con pésimo gusto, con desarrollo algo confuso y final desesperado, mal asimilado. Por eso la palabra sistema (descartada en principio por culpa de las lecturas precipitadas) cobra ahora un valor sorprendente, casi inesperado. El aprendiz deberá aceptar un sucedáneo de método si no quiere verse abocado al fracaso; deberá tomar notas y permanecer atento a la estructura incipiente de su pensamiento, a la habitabilidad escasa de cierta arquitectura.
A parte de la conversación, la principal utilidad de este cuaderno depende ahora de una dedicación polivalente y una mecánica constante. Son elementos de una física que quiere tratar abiertamente con la realidad pero nunca lo consigue. Algo impide la opinión concreta, el compromiso y la cercanía; el dialogo se precipita invariablemente por escombreras inermes, sin otra solución de continuidad que un pacto puntual con el diablo. Otros, mientras tanto, prefieren hablar más claro para ser entendidos, en un lenguaje útil, económico y científico; el aprendiz, en cambio, habla para sí mismo, sujeto a sí mismo, observándose a sí mismo. Pero nada ni nadie puede negarle su necesidad y su derecho al entendimiento, a la comprensión transparente de sí mismo. Aunque esto le impida a menudo el reconocimiento de cualquier futuro posible; aunque esto le niegue habitualmente la posibilidad de ser entendido.
Al fin y al cabo, por diferentes caminos (caminos y senderos que se bifurcan) puede llegarse a la misma y definitiva resolución. Antes y después de la comisión de investigación, y dejando al lado el dolor de las victimas y las futuras revelaciones, una sentencia marca con fuerza el territorio de tránsito: el negocio dice- es el negocio. Y aplicada la sentencia a conflictos tan cercanos, no se entiende bien que no pueda aplicarse allí donde el oro negro riega los campos de secano, los duros desiertos fronterizos, las tierras de la civilización antigua. O allí donde las sardinas cruzan las rías o la tramontana despeina a los artistas. ¿Por qué los hombres allí, educados en el mismo juego, tendrían que comportarse de manera diferente? En Bilbao, Washington, Riad o Moscú ¿es otro el guión del espectáculo?
¡Claro que juegan con nuestro odio! El profesional domina un oficio que el outsider apenas roza con sus dedos; pero la interpretación de la realidad está abierta a todos porque todos sufrimos su terca repetición y su eficacia obsesiva. Cuando oímos hablar a alguien en el despacho de al lado, cuando acertamos a escuchar sus palabras, estamos asistiendo, una vez más, a la representación de una mentira. El nivel de poder, en este caso, es mínimo. ¿Se imaginan ustedes el nivel de mentira que se corresponde exactamente a un aumento del nivel de poder? ¿Se imaginan, acaso, las conversaciones generadas en las alturas, el lenguaje formativo de las decisiones, de su prolongación en los medios de comunicación? El Mercado nos acoge en su seno y mece la cuna con mano nihilista. ¿Qué método o sistema permitirá escapar de esta cercanía, de esta terrible repetición que se repite aquí hasta la extenuación?
Escribe Peter Sloterdijk (primera anotación del método):
Hay que distinguir el pesimismo metodológico del pesimismo existencial. El pesimismo metodológico se impone porque pensar en lo peor es la base misma del análisis. Pero el oficio de profesor consiste en pensar en lo peor llevando una vida feliz. Yo he ensayado mucho, como personaje psicológico que soy, para estar tan desesperado como las teorías que conservaba de los maestros de nuestra generación... Me han hecho falta veinte años para descubrir que soy capaz de meditar sobre lo peor adoptando una actitud existencial orientada a la felicidad. Pues el deber del hombre es ser feliz. Si se quiere escapar de la trampa del resentimiento, hay que desear la felicidad.
Aunque, a pesar de todo, la voluntad invite a esa actitud que reconoce este mundo a distancia legítima de otros mundos (ahí queda la contradicción), más allá de la visión victimista de la realidad, más allá del sentido cristiano o marxista del concepto anticomercio, de ese "pecado" que algunos denominan desigualdad de rentas, siempre queda la propia e intransferible experiencia. Y, descartado por nocivo el resentimiento, la experiencia (el aprendiz) se apoyará en imágenes a la espera de tiempos mejores (segunda anotación del método), cerrando un círculo vicioso de transformación intacta, necesaria, personal e incomprensible, una locura de despropósitos sin trayectoria definida pero de un optimismo libertario.
A propósito de las teorías estéticas de Charles Baudelaire (Baudelaire y el artista de la vida moderna) escribe Félix de Azúa:
El resumen de sus teorías es, por otra parte, esta frase del Salon de 1846: "El mejor comentario de una pintura bien podría ser un soneto o una elegía", opinión que hace saltar por los aires el castillo teórico, que propone con toda sencillez una especie de producción continuada, y el silencio sobre lo improductivo.
Anotaciones al margen que el aprendiz hace suyas como herramientas calientes. Ahora sólo queda desliar este lío y seguir trabajando. El aprendiz ahora cree en él mismo, sólo en él mismo. A pesar de todo.
A parte de la conversación, la principal utilidad de este cuaderno depende ahora de una dedicación polivalente y una mecánica constante. Son elementos de una física que quiere tratar abiertamente con la realidad pero nunca lo consigue. Algo impide la opinión concreta, el compromiso y la cercanía; el dialogo se precipita invariablemente por escombreras inermes, sin otra solución de continuidad que un pacto puntual con el diablo. Otros, mientras tanto, prefieren hablar más claro para ser entendidos, en un lenguaje útil, económico y científico; el aprendiz, en cambio, habla para sí mismo, sujeto a sí mismo, observándose a sí mismo. Pero nada ni nadie puede negarle su necesidad y su derecho al entendimiento, a la comprensión transparente de sí mismo. Aunque esto le impida a menudo el reconocimiento de cualquier futuro posible; aunque esto le niegue habitualmente la posibilidad de ser entendido.
Al fin y al cabo, por diferentes caminos (caminos y senderos que se bifurcan) puede llegarse a la misma y definitiva resolución. Antes y después de la comisión de investigación, y dejando al lado el dolor de las victimas y las futuras revelaciones, una sentencia marca con fuerza el territorio de tránsito: el negocio dice- es el negocio. Y aplicada la sentencia a conflictos tan cercanos, no se entiende bien que no pueda aplicarse allí donde el oro negro riega los campos de secano, los duros desiertos fronterizos, las tierras de la civilización antigua. O allí donde las sardinas cruzan las rías o la tramontana despeina a los artistas. ¿Por qué los hombres allí, educados en el mismo juego, tendrían que comportarse de manera diferente? En Bilbao, Washington, Riad o Moscú ¿es otro el guión del espectáculo?
¡Claro que juegan con nuestro odio! El profesional domina un oficio que el outsider apenas roza con sus dedos; pero la interpretación de la realidad está abierta a todos porque todos sufrimos su terca repetición y su eficacia obsesiva. Cuando oímos hablar a alguien en el despacho de al lado, cuando acertamos a escuchar sus palabras, estamos asistiendo, una vez más, a la representación de una mentira. El nivel de poder, en este caso, es mínimo. ¿Se imaginan ustedes el nivel de mentira que se corresponde exactamente a un aumento del nivel de poder? ¿Se imaginan, acaso, las conversaciones generadas en las alturas, el lenguaje formativo de las decisiones, de su prolongación en los medios de comunicación? El Mercado nos acoge en su seno y mece la cuna con mano nihilista. ¿Qué método o sistema permitirá escapar de esta cercanía, de esta terrible repetición que se repite aquí hasta la extenuación?
Escribe Peter Sloterdijk (primera anotación del método):
Hay que distinguir el pesimismo metodológico del pesimismo existencial. El pesimismo metodológico se impone porque pensar en lo peor es la base misma del análisis. Pero el oficio de profesor consiste en pensar en lo peor llevando una vida feliz. Yo he ensayado mucho, como personaje psicológico que soy, para estar tan desesperado como las teorías que conservaba de los maestros de nuestra generación... Me han hecho falta veinte años para descubrir que soy capaz de meditar sobre lo peor adoptando una actitud existencial orientada a la felicidad. Pues el deber del hombre es ser feliz. Si se quiere escapar de la trampa del resentimiento, hay que desear la felicidad.
Aunque, a pesar de todo, la voluntad invite a esa actitud que reconoce este mundo a distancia legítima de otros mundos (ahí queda la contradicción), más allá de la visión victimista de la realidad, más allá del sentido cristiano o marxista del concepto anticomercio, de ese "pecado" que algunos denominan desigualdad de rentas, siempre queda la propia e intransferible experiencia. Y, descartado por nocivo el resentimiento, la experiencia (el aprendiz) se apoyará en imágenes a la espera de tiempos mejores (segunda anotación del método), cerrando un círculo vicioso de transformación intacta, necesaria, personal e incomprensible, una locura de despropósitos sin trayectoria definida pero de un optimismo libertario.
A propósito de las teorías estéticas de Charles Baudelaire (Baudelaire y el artista de la vida moderna) escribe Félix de Azúa:
El resumen de sus teorías es, por otra parte, esta frase del Salon de 1846: "El mejor comentario de una pintura bien podría ser un soneto o una elegía", opinión que hace saltar por los aires el castillo teórico, que propone con toda sencillez una especie de producción continuada, y el silencio sobre lo improductivo.
Anotaciones al margen que el aprendiz hace suyas como herramientas calientes. Ahora sólo queda desliar este lío y seguir trabajando. El aprendiz ahora cree en él mismo, sólo en él mismo. A pesar de todo.
2 comentarios
Enrique -
itn -